Instituto Ecuatoriano de Economía Política

La llamada de la tribu

10/05/2018
Franklin Lopez Buenaño

Así se titula el último libro de Mario Vargas Llosa.  Ciertamente el liberal más prominente de lengua castellana.  Es posible que haya autores liberales hispanoamericanos más profundos como Octavio Paz o Jorge Luis Borges; sin embargo, cuando uno camina por las librerías de España o América, son los libros de Vargas Llosa los que se exhiben en sus vitrinas o escaparates más visibles. Por ello este libro merece una reseña tanto por su contenido autobiográfico como por el contenido de pensamiento de los autores que Vargas Llosa escoge para explicar por qué se convirtió al liberalismo después de haber participado activamente en el partido comunista del Perú.

El espíritu de la tribu

Muy de acuerdo con el título del libro su crítica más aguda es contra de lo que (siguiendo a Karl Popper) denomina: “el espíritu de la tribu, la atracción de aquella forma de existencia en la que el individuo, esclavizándose a una religión o doctrina o caudillo que asume la responsabilidad de dar respuesta por él a todos los problemas, rehúye el arduo compromiso de la libertad y su soberanía de ser racional…” (Loc. 2031)

El espíritu de la tribu sobrevive hasta nuestros días:

“cuando el hombre era aún una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderosos, que tomaban por él todas las decisiones, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido, igual que el animal en la manada, el hato, o el ser humano en la pandilla o la hinchada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al ser diferente, a quien podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu. El «espíritu tribal», fuente del nacionalismo, ha sido el causante, con el fanatismo religioso, de las mayores matanzas en la historia de la humanidad”. (Ibid. Loc.161)

Nada más representativo del retorno a la tribu que el socialismo real y utópico, en donde la verdad radica en el partido único, así  silencian toda forma de crítica, imponen dogmas, convierten sus premisas en una religión y a los disidentes se fusilan en paredones o se los destierran a gulags.

El espíritu de la tribu subsiste en el caudillismo y el populismo.  El “comandante” carismático, que con mano dura enderezará entuertos o el líder mesiánico que promete el oro y el moro, despojan al individuo de sus responsabilidades, regresándolo a la condición de “parte sumisa a los dictados del líder, especie de santón religioso de palabra sagrada, irrefutable como un axioma, resucitando las peores formas de demagogia y chauvismo”.

Lo opuesto al llamado de la tribu radica en el liberalismo.  Y para sustentar su tesis recurre a connotados liberales. Los pensadores escogidos por Vargas Llosa son sin duda alguna los más sagaces pensadores de la literatura liberal.  Se podría criticar la ausencia de liberales del siglo 18, como Montesquieu o Stuart Mill y otros; no obstante, aparte de Adam Smith los demás son contemporáneos: José Ortega y Gasset, Friedrich Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin, Jean-François Revel.

El rechazo al espíritu de la tribu

Lo mejor de este libro es la compilación del pensamiento liberal desde una perspectiva filosófica.  Si alguna vez se diera un curso académico de filosofía liberal, este libro podría ser si no de texto al menos como referencia principal. Vargas Llosa enfatiza que el liberalismo es una doctrina política pragmática, no una ideología dogmática, escéptica, llena de matices grises; aunque cree en la libertad individual deja espacio para lo colectivo.

Vargas Llosa rehúsa encasillar el liberalismo en la economía.  Por lo cual muy poco dice sobre las propuestas económicas o las políticas de Estado que deberían ser parte de un programa liberal de gobierno. Menciona a Milton Friedman, por ejemplo, un par de veces — de pasada. Inclusive lee La riqueza de las naciones de Adam Smith, el economista por excelencia, en concordancia con La teoría de los sentimientos morales, para dejar en claro que para Smith el mercado libre, la competencia, la libre contratación, etc. son conclusiones éticas que se desprenden de los derechos individuales: vida, libertad y propiedad.  Algo igual hace con el pensamiento de Hayek, poniendo énfasis en los principios que deberían sostenerse las leyes, la constitución, la institucionalidad democrática más que en el orden espontáneo o la coordinación de las acciones económicas resultantes del libre mercado. Inclusive sostiene que “también el liberalismo ha generado en su seno una «enfermedad infantil», el sectarismo, encarnada en ciertos economistas hechizados por el mercado libre como una panacea capaz de resolver todos los problemas sociales”.  

Desdeña el anarquismo y el conservadurismo sin mucha explicación. Rechaza el igualitarismo “porque la igualdad de resultados sólo  se puede obtener en una sociedad mediante un Gobierno autoritario que «iguale» económicamente a todos los ciudadanos mediante un sistema opresivo, haciendo tabla rasa de las distintas capacidades individuales, imaginación, inventiva, concentración, diligencia, ambición, espíritu de trabajo, liderazgo. Esto equivale a la desaparición del individuo, a su inmersión en la tribu.” (Loc.212)

El legado del liberalismo

Como anota Vargas Llosa en el prólogo, es una autobiografía de su evolución intelectual y política.  Cuenta como poco a poco fue comprendiendo que la democracia “burguesa” no era una manera oculta de la explotación de los pobres por los ricos.

Pero, ¿qué es y qué defiende el liberalismo?  

Para el autor, el liberalismo—aunque no tiene respuestas para todo—admite un cuerpo pequeño pero inequívoco de convicciones.  Siendo la libertad el valor supremo .  La libertad no es divisible ni fragmentaria y debe manifestarse en todos los dominios: económico, político, social y cultural para que una sociedad sea genuinamente democrática.  El liberalismo está en la frontera de los derechos humanos, de la libertad de expresión, de la diversidad política, la igualdad de oportunidades y el respeto a la soberanía, dignidad y autonomía del ser humano.  Vargas Llosa enfatiza que el liberalismo es una doctrina política pragmática, no una ideología dogmática, escéptica, llena de matices grises; aunque cree en la libertad individual deja espacio para lo colectivo.

Es el ámbito de las libertades civiles en donde el liberalismo ha calado en el pensamiento universal.  Los derechos humanos como la libertad de expresión, la igualdad ante la ley, la soberanía del individuo sobre lo colectivo, son parte integral de la dignidad humana a la  que toda autoridad debe subordinarse.

En el campo político, todo sistema de gobierno debe tener un sistema de contraposición y separación de poderes (checks and balances, en inglés).  Los organismos de control como la Contraloría y Procuraduría deben ser autónomos e independientes de las otras funciones del estado.  El sufragio debe ser libre y universal. La alternabilidad y la descentralización deben servir para limitar los abusos del poder.

En el ámbito económico es donde el liberalismo no ha calado.  Al contrario, que se dé primacía de la actividad privada (en donde prima la voluntariedad) sobre la actividad estatal (en donde prima lo obligatorio) es anatema para muchos intelectuales, así como para líderes políticos y empresarios.  Liberar el comercio, permitir y facilitar el ingreso y el éxodo a las actividades económicas, abolir el control de precios, limitar el gasto y el endeudamiento fiscal son políticas estigmatizadas como “neoliberales, propias del capitalismo salvaje de la extrema derecha”, ignorando que la prosperidad económica se debe precisamente a que se aplicaron estas medidas.

Estos son el resultado no solo del pensamiento de insignes intelectuales (como los incluidos por Vargas Llosa) sino de la experiencia cada vez más frecuente de que el socialismo real o utópico conlleva desastres y crímenes de lesa humanidad.  

Para Vargas Llosa la superioridad moral y material de la democracia liberal se demuestra en la prosperidad de la Gran Bretaña bajo el mando de Margaret Thatcher, cuyas reformas transformaron al país en pocos años en la sociedad más dinámica de Europa.  Dice el autor:

“El gobierno de Margaret Thatcher (1979-1990) significó una revolución, hecha dentro de la más estricta legalidad. Las industrias estatizadas fueron privatizadas y las empresas británicas dejaron de recibir subsidios y fueron obligadas a modernizarse y competir en un mercado libre, en tanto que las viviendas «sociales», que los gobiernos hasta entonces alquilaban a la gente de bajos ingresos —así mantenían el clientelismo electoral—, fueron vendidas a sus inquilinos, de acuerdo a una política que quería convertir a Gran Bretaña en un país de propietarios.  Sus fronteras se abrieron a la competencia internacional en tanto que las industrias obsoletas, por ejemplo las del carbón, eran cerradas para permitir la renovación y modernización del país. Aquellas reformas, que convirtieron al país en pocos años en la sociedad más dinámica de Europa, vinieron acompañadas de una defensa de la cultura democrática, una afirmación de la superioridad moral y material de la democracia liberal sobre el socialismo autoritario, corrupto y arruinado económicamente que reverberó por todo el mundo. (Loc. 115)

“Ronald Reagan y Margaret Thatcher tenían una inequívoca orientación liberal, en muchas cuestiones sociales y morales defendían posiciones conservadoras y hasta reaccionarias — ninguno de ellos hubiera aceptado el matrimonio homosexual, el aborto, la legalización de las drogas o la eutanasia, que a mí me parecían reformas legítimas y necesarias — y en eso, desde luego, yo discrepaba de ellos. Pero, hechas las sumas y las restas, estoy convencido de que ambos prestaron un gran servicio a la cultura de la libertad. Y, en todo caso, a mí me ayudaron a convertirme en un liberal”. (Loc. 136)

Estimado lector: La evidencia de los beneficios de la democracia liberal están a la vista; no obstante, parafraseando a Thomas Jefferson: la libertad hay que defenderla día a día porque sus enemigos siempre están al acecho para acabarla.  La democracia liberal es la antítesis del espíritu de la tribu. La tribu es excluyente, la democracia es incluyente. La tribu es un cobijo emotivo, la democracia liberal es racional. La tribu confina la confianza solo a sus miembros, la democracia generaliza la confianza.  En donde persiste la tribu la civilización va en decadencia. En donde persiste la libertad la civilización avanza. Es así de simple.

[1] Edición Alfaguara, Marzo 1 de 2018. Kindle book (US$12.99)

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