Instituto Ecuatoriano de Economía Política

Posverdad y multitud

26/06/2017
Simón Pachano

La presentación del vicepresidente en la Asamblea debería utilizarse para un curso en el que se pretenda explicar el significado de ese nuevo término que es la posverdad. Esta, calificada como palabra del año 2016, es uno de los vocablos que se acuñan cuando los existentes no sirven para calificar actitudes y hechos nuevos. Antes se hablaba de mentiras y de engaños. Pero son palabras insuficientes para los tiempos que corren, porque la comunicación interpersonal actual es más compleja. Ahora es necesario construir una realidad propia o, como lo dijo una asesora del presidente norteamericano, presentar “hechos alternativos”. Se trata de mostrar una realidad-ficticia (que es obviamente una contradicción, un oxímoron) diferente a la realidad-real. El objetivo es imponerla como una verdad y sobre ella edificar el proyecto que se pretende implantar.

Se dirá que no es algo nuevo, que bastaría recordar la manera en que se impusieron los totalitarismos del siglo XX (nazismo y estalinismo). Es cierto, pero sí resulta novedosa la facilidad con que actualmente penetra en las dóciles cabezas de las personas. Sin uso de la fuerza, sin amenazas, eso sí con halagos y mucho circo, esa realidad-ficticia es asimilada individual y colectivamente. A fuerza de repetirla, cuando ha hecho carne en la multitud, la posverdad se convierte en objeto de fe. De ahí en adelante, no se requiere –ni se puede– acudir a la contraposición ni al debate. La posverdad se sostiene en sí misma y pasa a ser la evidencia que puede ser defendida exitosamente, incluso ante jueces y tribunales.

El estrecho maridaje entre la posverdad y la multitud quedó demostrado en uno de los salones del Palacio Legislativo, cuando el vicepresidente de la República utilizó alrededor de tres horas para construir una realidad basada en hechos alternativos. Se suponía que él iba allá para explicar su responsabilidad política en los casos de corrupción, tanto los comprobados como los denunciados, pero utilizó casi todo ese tiempo para dar a conocer unos hechos que, además de no venir al caso, son pura construcción de su imaginación. Hechos alternativos, ni más ni menos. Se presenta heroico expulsando a un funcionario de Odebrecht, pero torea la pregunta sobre el retorno de la empresa, le viene la amnesia cuando hay que explicar el viaje del tío en representación oficial sin tener cargo alguno y no sabe qué significa responsabilidad política.

Para que la posverdad se configure es imprescindible la multitud, aquella que ya la había convertido en profesión de fe desde mucho tiempo atrás. Ahí estuvo, copando todo el espacio, ganando a grito pelado lo que debería defenderse con evidencias. Él no la defraudó. Le dijo lo imprescindible para fortalecer esa creencia ciega en la realidad-ficticia. Habló para ella, no para quienes exigen la realidad-real. Bueno, al fin y al cabo, es la misma persona que dice, muy suelto de huesos, que allí donde su interlocutor ve un descampado, él ve una refinería. Es quien se nutre del conocimiento que reposa en ese pozo de sabiduría que es el rincón del vago.

Este artículo fue originalmente publicado en El Universo

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